Autoexigencia y perfeccionismo
Estos dos rasgos son bastante comunes en una gran parte de la población. Aparentemente son cualidades que a priori, podemos pensar que nos sirven para alcanzar nuestros objetivos, ya que se les relaciona con el éxito, pero esto no siempre es así.
Todo el mundo tiene grandes metas que pretende alcanzar a lo largo de su vida, aspirar a ser los mejores, sentirnos en la cima… Pero a veces el perfeccionismo nos juega malas pasadas. Querer dar lo mejor de nosotros mismos está bien, siempre y cuando sepamos aceptar nuestras propias limitaciones y poner fin a ese componente tóxico que va implícito en la autoexigencia.
Necesitamos ser conscientes de hasta dónde podemos llegar de una manera sana, para no sobrepasar las barreras que nos pueden conducir a una enfermedad mental: estrés, bajo estado de ánimo, baja autoestima, etc.
Estamos acostumbrados, quizás porque es lo que hemos visto en nuestros antepasados, a la cultura del sacrificio y el esfuerzo de manera insana y con unos costes importantes en nuestra salud. De pequeños vamos interiorizando que solo vale el que llega más alto y eso nos lleva a querer exprimirnos al máximo sin ser conscientes en muchas ocasiones del gasto de energía, vida y salud que nos está suponiendo.
Se produce en muchas ocasiones un círculo vicioso, ya que incorporamos "exigente y perfeccionista" en una descripción sobre nosotros mismos y lo usamos con asiduidad a la hora de definirnos. ¿Qué provoca esto? Nos obliga a cumplir con esta expectativa ante los demás, y por tanto a ser mucho más exigentes con nosotros mismos cada vez.
A veces ocurre, que pensamos que, si estas dos características desaparecieran,
estaríamos ante un fracaso. Pero esto no es así, ya que no buscar ser perfectos o los
mejores, no supone necesariamente no avanzar. Al contrario, iremos viendo que el
malestar psicológico disminuye si dejamos de "castigarnos" con ese sobreesfuerzo a
veces innecesario.